El Mitsubishi L200 es un tipo duro con más posibilidades de las que probablemente nunca necesitarás.
Puede que no seas granjera, ni que tengas que transportar balas de paja, ni que te dediques a colocar andamios, pero aun así las pick up tienen algo que conquista. Te hacen sentir imbatible, diferente. La última que he cogido es la Mitsubishi L200, una herramienta para muchos, un todoterreno para algunas como yo.
Hay quien piensa que ya hay bastantes 4×4 en el mercado, pero lo que hay son SUV, que son otra cosa. Son sucedáneos más o menos acertados que pueden hacer su función en el día a día, pero que nada tienen que ver con estos brutos rodantes. La Mitsubishi L200, al igual que todas las pick up, es para otra cosa, es para cuando te cae la nevada del siglo sobre la cabeza, te pilla una tromba de agua o quieres atravesar la selva amazónica. Por eso tiene tracción 4×4 (4H), es decir, las cuatro ruedas pueden traccionar a la vez ocasionalmente si, por alguna razón, las de eje trasero pierden motricidad. En el caso de que las cosas se compliquen y quieras asegurarte la tracción –imagina que atraviesas una zona de grandes pedruscos–, debes seleccionar la opción 4HLc en un mando giratorio situado en la consola central. ¿No es suficiente y la situación empeora aún más con bajadas y subidas de vértigo, mete las reductoras (4LLc) y la fuerza de agarre y tracción se multiplicarán hasta parecer que conduces un camión oruga. Y si todo esto no son más que fantasías a realizar algún día, elige simplemente la opción 2H para circular con tracción trasera por el asfalto. Eso sí, soñando con ese día que abandonarás el asfalto. Porque la Mitsubishi L200 es una máquina sin vergüenza que hace algunas concesiones a la tecnología con pantalla de infoentretenimiento y acabados que no son propios de un vehículo de trabajo como la tapicería de cuero y la regulación eléctrica de los asientos. Es un coche de capricho, un seductor outsider con una caja para transportar una carga que probablemente nunca llegarás a llevar. O sea, igual que todas las pickups, unos vehículos que han pasado de ser los patitos feos del automovilismo a convertirse en las bestias que todo lo pueden y todos desean.
El milagro se produjo en España el 7 de julio de 2017. Ese día la DGT aprobaba la reforma del marco regulador y permitía a las pick up equipararse a los turismos en materia de velocidad. Ya no eran camiones de caja abierta limitados a 90 km/h, sino vehículos que podían circular a 120 km/h. Se abría así la puerta a una demanda que en 2014 apenas se cifraba en 3.880 unidades, mientras que se alcanzaban las 8.622 en 2020. Las principales marcas, ávidas de captar nuevos clientes, empezaron a fabricar modelos pensando en la UE. Debían tener el mismo nivel de seguridad que un todoterreno del segmento premium e idénticos estándares de confort y equipamiento. Los Mercedes Clase X, los Amarok de Volkswagen y los Ford Raptor llegaron a los concesionarios cumpliendo esos requisitos. Ofrecían un imponente aspecto y un tamaño colosal de alrededor de 5,4 m (1,5 metros más que un Volkswagen Polo). La fiebre se desató al amparo de lo atractivo de la nueva oferta porque están exentos del impuesto de matriculación si se adquieren a través de una empresa. Cuestan mucho menos que un 4×4 de lujo y ofrecen lo mismo.
Cazadores, amantes del surf y aficionados a las actividades al aire libre empezaron a ser sus principales compradores. Las presiones que la Asociación Nacional de Fabricantes (Anfac) estuvo haciendo en España durante dos años para que se igualaran a la de los turismos no consiguió, sin embargo, que todo fueran ventajas. Hoy, los dueños de las pick up tienen que pasar la ITV cada dos años en lugar de cuatro como hacen los turismos y hacer frente a impuestos de matriculación superiores a los de un turismo. ¿Compensan? Sí, si tienes alma de exploradora, te gusta el todo terreno y quieres un coche que tenga casi más vitalidad que tú.