Tiene una estética muy clásica y puede albergar hasta siete pasajeros.


MG
En 1997 Mercedes-Benz dejó noqueados a sus seguidores al anunciar la comercialización de un vehículo compacto de poco más de cuatro metros. Nacía así el Clase A, un modelo que rompía con la tradición de la marca de automóviles elitistas y exclusivos. El Clase A enarboló la democratización del lujo y acercó a los consumidores una marca reservada hasta ese momento solo a unos pocos. Hubo críticas, claro, quien lo consideró una traición y quien auguró la desorientación de la marca. Mercedes dio de lleno en la diana y el mercado respondió favorablemente a la osadía.
Ese mismo espíritu que determinó aquel lanzamiento es el que ha guiado hoy a comercializar el GLB. Es como si el fabricante hubiera estado escudriñando el mercado para detectar posibles huecos en los que colocar sus productos. Hasta el momento, ese horror vacui le está resultando muy rentable.
El GLB, un coche a caballo entre los crossover y los SUV, con capacidad para siete personas y dimensiones razonables, se coloca así en un espacio que la marca tenía vacío y en el que apenas hay competencia. El Volkswagen Tiguan All Space y el Honda CR-V están en ese nicho, pero tienen el inconveniente de que no llevan la estrella delante. ¿Es una cuestión de posicionamiento social? Por supuesto que sí, pero también de tecnología, de desarrollo de producto, de cómo las ingentes cantidades de dinero que Mercedes invierte en I+D se traducen en fiabilidad y en un consumo que rebasa por poco los 7 litros a los 100.
En el caso del GLB, el potencial de la marca se traduce en unos motores tanto en gasolina como en diésel que ya han demostrado de sobra de lo que son capaces en otros modelos de la casa. Parten de los 136 CV de potencia y llegan hasta los 306. La unidad que me cedió Mercedes para la prueba es una versión intermedia, un cuatro cilindros de gasolina de 163 CV y 1.3 litros de cilindrada, suficiente si no se va muy cargada, pero un poco justa cuando el coche va a tope de pasajeros y equipajes. Pero, un momento, ¿cuántas veces llevas más de una persona a bordo? En España, la ocupación media de un vehículo es de 1,23 pasajeros. ¿Tiene entonces sentido lanzar un automóvil con la opción de siete plazas o esta vez Mercedes se ha equivocado? Es pronto para saberlo, pero probablemente no porque hacemos compras aspiracionales, aquellas que nos encajan con nuestro modelo de vida soñado… Y pensar en llevar el coche lleno de gente que aprecias es una de las ensoñaciones más estimulantes que puede haber en estos tiempos de confinamientos y pandemias.
Pero como la realidad se impone, los de Mercedes han diseñado un vehículo «adaptable de una a siete personas» basándose un poco en la versatilidad de los monovolúmenes de antaño. De las tres filas de asientos que ofrece, la tercera tiene la particularidad de que puede esconderse bajo el piso del maletero para así poder contar con una capacidad de carga de 640 litros. Esta fila tiene solo dos asientos aptos únicamente para personas con una altura inferior a los 1,68 metros de altura o niños, pero con la ventaja de que llevan fijaciones Isofix.
En la segunda fila, la particularidad radica en que puede desplazarse 14 cm longitudinalmente hacia adelante con el fin de aumentar la capacidad del maletero, una opción más que interesante, sobre todo teniendo en cuenta que normalmente transportamos más ropa y enseres de los que jamás utilizaremos en nuestros destinos.
La primera fila está formada por dos cómodos butacones independientes con múltiples reglajes y masaje en opción.
Y todo esto, en un vehículo con una longitud total de 4634 mm, una verdadera proeza teniendo en cuenta que el Mercedes GLC, midiendo más que el GLB, no ofrece siete plazas ni siquiera en opción. La explicación está en que mientras que el GLC se mantiene fiel a la propulsión trasera y la disposición longitudinal del motor, en el GLB se ha optado por la tracción delantera y el motor transversal. Libera así un gran espacio que puede ser utilizado en beneficio de los ocupantes. Eso sí, tanto en un caso como en otro, las versiones 4×4 quedan reservadas solo a determinadas variantes.
Aún así, el diseño persigue rememorar la estética más clásica de los todoterrenos, clase G incluida. El concepto como tal nació en la Segunda Guerra Mundial, de la mano del Willys MB de 1942, el verdadero precursor de los 4×4 de hoy. Era aquel un vehículo producido bajo demanda del Gobierno estadounidense para transportar tropas al frente de batalla. La aureola que envolvió la contienda, las capacidades trialeras del modelo, la libre altura interior y mucho romanticismo convirtieron a este tipo de coches en sinónimo de aventura.
Hoy, la aventura es llegar a tu destino sin que te pille un confinamiento por el camino. Y hacerlo con la máxima seguridad. Por eso, el GLB incorpora toda la tecnología que puedas imaginar, incluida su capacidad para explorar los 500 metros que hay delante del vehículo y muchas otras soluciones procedentes del Clase S. Pero, ojo, porque la mayoría no son de serie. (Pincha aquí si quieres consultar el equipamiento disponible). Pero quizá la más sorprendente sea una especie de entrenador personal que te va indicando en la pantalla del salpicadero como realizar pequeños movimientos para activar los músculos durante el viaje. No es que vayas a tener un figurín de la noche a la mañana, pero te ayudará a evitar que te entumezcas. Eso, claro, si la tropa que llevas a bordo, esa que hoy en lugar de metralletas va provista de equipo deportivo, no te mantiene ya suficientemente activa.




